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25.1.09

El aroma de la mandarina

Una mandarina para el desayuno del domingo y la calma habitual de una ciudad aperezada por el frío, que sin embargo, comienza a despertar, marcan el inicio de este día. El leve sabor amargo del té y la acidez de la fruta detonan el ejercicio de la memoria.

Vengo de días de continuo movimiento, el nomadismo hace casa en mí, pues no tengo más opción que dejar fragmentos deshivalnados de una gitana sin más hogar que su equipaje. Una pequeña higuera crece en un apartamento cercano al Panthéon; mis manos no volverán a prodigarle cuidados ni mis pasos volverán sobre el balcón donde fumé los últimos estertores de uno de los peores años que viví.

Cuando tomo mi equipaje no conozco el destino, pero siempre encuentro algún buen samaritano que le apena mi figura escurrida y las enormes maletas que apenas puedo empujar, -no todos los parisinos son tan mala leche como se podría pensar-. Entonces llego. ¿Adónde? A otra casa, a otras paredes que albergan distintos sueños y saberes. Otros seres que me miran sin comprender el salto al vacío, la huída hacia un mundo sin coordenadas posibles.

Pese al salto, no es difícil aparentar que se pertenece a ese mundo donde las personas tienen trabajo estable, techo y seguridad social. Luego los amigos respiran tranquilos, el gato de la nueva casa deja de arañarme la piel y un dejo de satisfacción se respira en el ambiente. No obstante, en pocos días, la historia recomienza. Es imposible tomar lo depositado y llevarlo de nuevo, se quedará un peine, una libreta, el jabón, o algo más sustancial, como el modo de andar que sólo el gato reconoce y nunca más volverá a esperar.

La mandarina tiene el aroma de mi nostalgia, por ello, aunque Proust me aburra lo comprendo, él comía magdalenas, yo me deleito con las mandarinas. Me traen el aroma de una infancia despreocupada, al lado de mi abuela y sus historias maravillosas. Con ellas recuerdo lo fácil que era ser feliz aunque el mundo se hubiera desmoronado como un pan de escasa levadura.

Hace 30 años mi pequeño mundo se desmoronó, pero tenía a mi madre, mi abuela, mi tío y las mandarinas. El cielo era azul y nunca he dejado de creer en la magia, sino no hubiera empezado este viaje. Un 25 de enero de 1979 asesinaron a mi papá, Alberto Fuentes Mohr, y aún ahora el perdón se me hace una fruta tan poco digerible como la política. Pienso ahora mismo en el corazón estrujado de mi madre, quien comerá más bien un poco de papaya y sus lágrimas se confundirán con el primer té de la mañana.

Quizás si viviéramos en la costa podríamos esperar que nuestro llanto se uniera junto al mar, pero a la distancia sólo nos queda el pragmatismo de comer nuestras frutas y dejar que la memoria se desencadene por este viejo y querido aroma, que 30 años después aún no hemos olvidado.

12.1.09

¡Que mi país no se descorazone!


















Aquí se puede ayudar de forma directa a algunas víctimas del terremoto (6,2 grados Richter) ocurrido en Costa Rica. Y por acá continuamos con la lista de personas (gracias Julia).


5.1.09

Tod@s somos palestinos

..."Israel Asesino", "Todos somos palestinos", esas fueron las más frecuentes consignas escuchadas en la impresionante manifestación de apoyo al pueblo palestino, realizada en París el 3 de enero del 2009. Las autoridades francesas contabilizaron 20.000 personas y los organizadores 50.000, entonces habrá que imaginar un número intermedio :)

Ahí estuvo esta fuente, con niñas, niños, ancianos, adolescentes, mujeres, hombres, palestinos, árabes, franceses, europeos, latinoamericanos, africanos, musulmanes, católicos, judíos, agnósticos, ateos, y todo aquel que se precie de tener un corazón que todavía se conmueve ante la barbarie.