La situación cambió gradualmente hasta nuestros días, sin embargo, aún muchas actitudes, creaciones y disciplinas están saturadas de este horror proveniente de la masculinidad hegemónica hacia lo que ella misma definió como "femenino". Y es que esta concepción de lo femenino considera que el diablo prácticamente anida en nuestra vagina, de ahí la satanización de nuestro cuerpo, su expropiación, colonización y posterior explotación por todos los saberes que ejercen un poder real en nuestra sociedad (el derecho, la medicina y la economía, principalmente).
No obstante, el lenguaje artístico tampoco está exento de este tipo de valoraciones sobre las mujeres, en la medida en que expresa un odio visceral contra nosotras. En la poesía, por ejemplo, pasamos de musas inalcanzables a putas atravesadas de extremo a extremo por una mansalva de palabras homicidas. Del pedestal a la alcantarilla, nos llevan algunos poetas, que en su pánico nos sacan los ojos con sus versos y terminan escribiendo una apología de la violencia contra las mujeres.
Y es que son tantos los epítetos que sobre nuestros cuerpos han taladrado, que ni musas, ni putas, ni locas, nos han dejado realmente ser. Porque según ellos, y cuando ellos así lo definieron, entramos en alguna de estas categorías. Imágenes estereotipadas de lo femenino que históricamente evolucionaron de la mujer demoníaca a la histérica y luego a la anoréxica. Ese fue el resultado de transgredir los patrones impuestos a las mujeres por una virilidad inauténtica, mítica, capaz de ejercer la fuerza y el dominio mundial a través de la violencia.
Hay un elemento muy básico que está en juego aquí: el que la mujer asuma el poder sobre su sexualidad. Y entonces, en su imaginario, estos tristes poetas de la agresividad alucinan con una monstruosa vagina dentada que arrancará furiosa su pene y testículos. Por eso, ante la ignorancia el miedo, y como su consecuencia más palpable la violencia, reflejada en esos poemas que acuchillan a cada mujer sobre la que escriben.