Cuando no existía la televisión por cable -o por lo menos no podíamos pagar el servicio- la vida frente al aparato consistía en unas cuatro opciones similares delante de las cuales no sabíamos si reír o llorar. Años luz después de aquellos episodios (algo nos enseñaron las "gotitas del saber"), una noche la más vieja empresa de cable enfrenta una falla mayor en su sistema. El resultado es una noche de vuelta a nuestros cruentos orígenes televisivos.
Cómo hace siglos nos quedamos sin antena la recepción de la señal es pésima. Seguimos teniendo cuatro opciones -con la diferencia de que ahora tres canales son uno solo-, los noticicieros han terminado y hacemos un zapping febril que nos convence de nuestro trágico destino.
Podríamos escoger entre una serie para adolescentes que retrata a sus contemporáneos, gringos bobalicones en búsqueda de aceptación social en la secundaria, un antiquísimo capítulo -con nieve y todo tipo de interferencia incluida-, de los X files que nos desvelaron en alguna ocasión, una telenovela tragicómica que no oculta su desvergonzado reciclaje de guiones sacados de algún basurero bogotano, una serie interminable de reportajes catastróficos sobre la desinflada pasión nacional (el fútbol), y una entrevista aburrídisima a un personaje cuyo oficio desconocemos, pero que intenta mostrarse como un intelectual conocedor de la realidad económica del país, ubicado en un estudio plano y gris de nuestro canal estatal. En el canal universitario la nieve bombardea la pantalla.
Decidimos experimentar con un ejercicio de resistencia. Durante media hora nos quedamos cinco minutos en cada canal -no tenemos nada mejor que hacer- sin embargo, las consecuencias son lamentables: tenemos los ojos irritados, la cabeza a punto de estallar de tanta vacuidad y escuchamos una lejana sirena dentro del tímpano, pues subimos el volumen estrepitosamente al aparato de televisión, ya que la mala recepción afecta tanto la imagen como el sonido.
Resignadamente apagamos el aparato, nos miramos a los ojos -con la poca fuerza visual que nos queda- y hacia el fin de la madrugada descubrimos con asombro que aún resta mucho por decirnos.
Cómo hace siglos nos quedamos sin antena la recepción de la señal es pésima. Seguimos teniendo cuatro opciones -con la diferencia de que ahora tres canales son uno solo-, los noticicieros han terminado y hacemos un zapping febril que nos convence de nuestro trágico destino.
Podríamos escoger entre una serie para adolescentes que retrata a sus contemporáneos, gringos bobalicones en búsqueda de aceptación social en la secundaria, un antiquísimo capítulo -con nieve y todo tipo de interferencia incluida-, de los X files que nos desvelaron en alguna ocasión, una telenovela tragicómica que no oculta su desvergonzado reciclaje de guiones sacados de algún basurero bogotano, una serie interminable de reportajes catastróficos sobre la desinflada pasión nacional (el fútbol), y una entrevista aburrídisima a un personaje cuyo oficio desconocemos, pero que intenta mostrarse como un intelectual conocedor de la realidad económica del país, ubicado en un estudio plano y gris de nuestro canal estatal. En el canal universitario la nieve bombardea la pantalla.
Decidimos experimentar con un ejercicio de resistencia. Durante media hora nos quedamos cinco minutos en cada canal -no tenemos nada mejor que hacer- sin embargo, las consecuencias son lamentables: tenemos los ojos irritados, la cabeza a punto de estallar de tanta vacuidad y escuchamos una lejana sirena dentro del tímpano, pues subimos el volumen estrepitosamente al aparato de televisión, ya que la mala recepción afecta tanto la imagen como el sonido.
Resignadamente apagamos el aparato, nos miramos a los ojos -con la poca fuerza visual que nos queda- y hacia el fin de la madrugada descubrimos con asombro que aún resta mucho por decirnos.