Un día naciste en medio de un país donde eras ciudadana de segunda clase, pero pertenecías a una familia privilegiada; te ofrecieron lujo, educación y todo aquello a lo que podías aspirar. Podías escoger; pudiste ser la princesita de Medio Oriente que conocí en mis primeros cuentos de infancia, o podías también elegir la vida de una mujer fuera de tu tiempo, una pionera que no temió estudiar ni se apabulló frente a las bestias fundamentalistas que te habrán recordado tu supuesto lugar en la casa y no fuera de ella.
Nunca tuviste miedo, creciste en cultura y en educación laica, tampoco temiste ante el asesinato de tu padre, aceptaste la herencia política sin rechistar. Hiciste un doctorado en filosofía política y otro en economía, conociste nuestros imperios del conocimiento occidental, Oxford y Harvard, los cuales no serían más impresionantes que los templos que tu sangre llevaba desde los más antiguos desiertos que ningún escriba registró. Volviste a tu país a ser la Primer Ministra, te persiguieron, te acusaron de cargos de corrupción improbables, te fuiste, volviste, extraña nómada democrática te conocimos rondando por el mundo, cual Kassandra advirtiendo los sucesos venideros sin que prestáramos suficiente atención.
El exilio te hizo más fuerte y decidiste volver. Pensamos que sería el momento donde la Historia finalmente alcanzaría el bello nombre dado a Pakistán, que significa en aquella vieja lengua Urdu, "Tierra de los sagrados". Sin embargo, tu retorno alborotó el panal de avispas pendencieras que por años han sitiado la tierra sagrada. Tanto te han temido, tanto le temieron a esta mujer inteligente y valiente, que hicieron lo único que han desarrollado con destreza: prepararon tu atentado. Así te asesinaron y pensaron que con este acto te borrarían para siempre.
¡Cuánta infamia, ceguera y bajeza cometidas en nombre de un dios! Porque amiga mía, tu nombre, Benazir Bhutto, y tu vida entera, son ahora un símbolo imborrable, un símbolo contra el odio, la opresión y el fundamentalismo. Hoy tu pueblo se levanta con dolor a la revuelta, no acepta más mentiras, hoy tu gente, la nación que imaginaste, sabe que nunca te olvidará.
Nunca tuviste miedo, creciste en cultura y en educación laica, tampoco temiste ante el asesinato de tu padre, aceptaste la herencia política sin rechistar. Hiciste un doctorado en filosofía política y otro en economía, conociste nuestros imperios del conocimiento occidental, Oxford y Harvard, los cuales no serían más impresionantes que los templos que tu sangre llevaba desde los más antiguos desiertos que ningún escriba registró. Volviste a tu país a ser la Primer Ministra, te persiguieron, te acusaron de cargos de corrupción improbables, te fuiste, volviste, extraña nómada democrática te conocimos rondando por el mundo, cual Kassandra advirtiendo los sucesos venideros sin que prestáramos suficiente atención.
El exilio te hizo más fuerte y decidiste volver. Pensamos que sería el momento donde la Historia finalmente alcanzaría el bello nombre dado a Pakistán, que significa en aquella vieja lengua Urdu, "Tierra de los sagrados". Sin embargo, tu retorno alborotó el panal de avispas pendencieras que por años han sitiado la tierra sagrada. Tanto te han temido, tanto le temieron a esta mujer inteligente y valiente, que hicieron lo único que han desarrollado con destreza: prepararon tu atentado. Así te asesinaron y pensaron que con este acto te borrarían para siempre.
¡Cuánta infamia, ceguera y bajeza cometidas en nombre de un dios! Porque amiga mía, tu nombre, Benazir Bhutto, y tu vida entera, son ahora un símbolo imborrable, un símbolo contra el odio, la opresión y el fundamentalismo. Hoy tu pueblo se levanta con dolor a la revuelta, no acepta más mentiras, hoy tu gente, la nación que imaginaste, sabe que nunca te olvidará.