Chepe centro
Sábado 8:35 a.m.
Salgo a buscar el periódico. Abro la puerta de casa y ante mí luce algo improbablemente elucubrado a esa temprana hora de la mañana, no obstante, siempre deseado por cualquier mortal: un camión de la Cervecería Costa Rica estacionado en la acera. Debo tener una actitud francamente boba con el pijama aún perfumado a cobijas, el cabello revuelto, en una mano las llaves y en la otra el periódico.
Sin embargo, un simpático empleado del camión me sonríe al bajar una caja con 20 cervezas en su interior. Con un gesto me sugiere que abra la verja, sin dudarlo -evidentemente todavía no he despertado- meto la llave en la cerradura y él se acerca. Saca una cerveza de la caja y me la entrega. Se da la vuelta, sin esperar nada a cambio, y antes de seguir hacia el lugar donde lleva la caja, ahora con 19 cervezas, gira la cabeza, me hace un guiño y continúa caminando.
Sábado 8:35 a.m.
Salgo a buscar el periódico. Abro la puerta de casa y ante mí luce algo improbablemente elucubrado a esa temprana hora de la mañana, no obstante, siempre deseado por cualquier mortal: un camión de la Cervecería Costa Rica estacionado en la acera. Debo tener una actitud francamente boba con el pijama aún perfumado a cobijas, el cabello revuelto, en una mano las llaves y en la otra el periódico.
Sin embargo, un simpático empleado del camión me sonríe al bajar una caja con 20 cervezas en su interior. Con un gesto me sugiere que abra la verja, sin dudarlo -evidentemente todavía no he despertado- meto la llave en la cerradura y él se acerca. Saca una cerveza de la caja y me la entrega. Se da la vuelta, sin esperar nada a cambio, y antes de seguir hacia el lugar donde lleva la caja, ahora con 19 cervezas, gira la cabeza, me hace un guiño y continúa caminando.